
La lluvia impuso un parate, y ese descanso generó buen clima entre nosotros. A propósito, algo que me ha llamado la atención toda la Expedición es que salimos con la bandera del “encuentro con el otro” y un discurso sobre la búsqueda de diálogos, y los encuentros más intensos y las conversaciones más profundas fueron con nosotros mismos -y no siempre fue fácil habilitarlas-. Vale aclarar que el grupo de expedicionarios no es un grupo que preexistiera al proyecto: nos conocimos pedaleando, discutiendo caminos y emparchando carros. La intensidad de la experiencia nos hizo familiares, pero no siempre hubo diálogos y algunos días no cruzamos muchas más palabras que “¡cuidado, micro!”, “la siguiente a la derecha”, “que el baño vaya atrás”, y cosas por el estilo.
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Con la agenda reajustada, también tuve tiempo de dibujar y escribir más cómoda; Leo, Azu y Miguel de dormir una siesta; y así cada uno. Acaso en ese mismo momento en La Grieta ya empezaban a preparar la calidez del lugar y el delicioso guiso de porotos negros con el que nos recibieron. La distancia entre un galpón y otro la recorrió varias veces Fabi, que nos consiguió capas para la lluvia a todos y luego acompañó a buscar comida, y aunque no lo supe entonces, también se hizo tiempo para cocinar el postre que le había reclamado con insistencia.
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El resto de la jornada fue tal como la había imaginado, sumándole el recorrido especial preparado por Gustavo –un chico del taller de La Vaca de Muchos Colores- que marcó la geografía de la ciudad y además escribió y dibujó un cuaderno especialmente para nosotros, los expedicionarios. Dentro del casco urbano hicimos un circuito turístico clásico para sacar la foto frente a la catedral. En el camino tocamos frente al Teatro Argentino la bocina de Leo, que sonó cada vez más a medida que nos acercábamos al último destino. Pasamos por el centro cultural Islas Malvinas sin que pasara nada allí más que esperar a Gustavo para que guiara el tramo final.
Así como todo el viaje salimos dos veces de cada lugar –por reparar los carros-, esta vez llegamos dos veces, porque olvidamos pasar por un punto y, eufóricos por la llegada, volvimos. La Grieta nos dio, finalmente, la recibida esperada, con mesitas en el piso, buena música, un guiso que no paraba de estar bueno y un despliegue de amistades y puentes construidos con el tiempo. Estaban las chicas de Tormenta con muy buena onda, otra vez Mica con arroz con leche, un par de amigos de Leo, algunos compañeros de Tolosa y más. Una vez instalados se largó una lluvia intensa que apretó el abrazo colectivo. Nos acabamos el brandy de la encomienda que abrimos el primer día y hubo más regalos. Algunos charlaban sobre curadurías de las muestras que vienen, de las que no sé demasiado (Esa es otra expedición, que harán Roger, Leo y Fabiana; yo decidí bajarme en esta Estación). Otras repasamos anécdotas y miramos las fotos una y otra vez. Terminamos tirados en almohadones viendo los videos que saltaban en Youtube al poner “bicicleta”, proyectados sobre la pared de ese Galpón. Creo que cada uno de nosotros, en algún instante de la noche, debe haber tenido ganas de meterse en la bolsa de dormir y pensar en el siguiente recorrido por construir.
Pocas veces antes escribí sobre el clima en la Expedición, pero sin duda terminamos con el más cálido, y acaso esa fue nuestra mejor obra colectiva.
Qué plan descontracturante y dinámico! avisen para la próxima rueda de biciletas que conozco una violeta y desvencijada que gustosa se les sumará!
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