3 abr 2011

Prejuicios/5: la jornada más intensa, la vuelta a casa

El cuarto día fue el más intenso, en especial para nuestras rodillas y nuestros brazos, aunque el camino no resultó tan largo como había imaginado, o al menos no llegamos tan de noche como pronosticaba. Es curioso cómo la expedición ha ido transformando, estirando o achicando, nuestras nociones de tiempo y espacio. Tengo la sensación de que hace un mes estamos viajando. Y no es por el cansancio sino por la intensidad de la experiencia: ahora que me siento en casa y sé que falta menos de un día para el destino final, no quiero que termine; seguiría hasta algún otro sitio.
La jornada estuvo, además, cargada de actividades: la movida que Miguel había propuesto hacer en el puente próximo a la Vucetich, la parada en City Bell con las chicas de Tormenta y la recibida en el Galpón de 3 y 526, después de un paso por la Estación Tolosa que no tenía presente ayer y que ocurrió también en torno a un puente, que sigue siendo una buena metáfora para algunos momentos de expedición: una construcción que los seres humanos hacen para superar un obstáculo, que produce una conexión de dos puntos que antes estaban separados, que acorta distancias. Como apuntaba en el post anterior, hoy me tocó a mí hacer de puente, así como otros lo hicieron antes, o bien hubo puentes que nos faltaron.

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Al primer puente, físicamente hablando, llegamos después de un camino de tierra terrible para transitar con nuestros carros, aunque es probable que haya sido uno de los momentos más memorables de la Expedición. Hasta fue divertido, más allá de lo que sudamos y dudamos. En un momento tuvimos que inventar una regla de conversión de distancias para adivinar a Miguel, que cuando decía faltan 200 metros, faltaba un kilómetro, y nos había dicho que el camino de tierra era mucho menos de la mitad de lo que fue.
Es hora de que los expedicionarios confesemos que no hicimos todo el recorrido en bicicleta: en esa parte, al carro de Leo lo llevamos en andas. Imagínense la escena, propia de El baño del papa. Además era bien interesante –e inimaginable- la heterogeneidad de personajes que encontramos en un camino de tierra, paralelo, donde supuestamente no pasa nadie: nos cruzamos con ciclistas entrenados –de esos que llevan casco en lugar de baños móviles-, con jinetes de la alta élite, con changuitos caminando, con quinteros trabajando sus cultivos. El paisaje agreste fue la primera discontinuidad visual bien marcada que tuvimos en el recorrido. Ahora estábamos en zona de quintas; por decirlo de alguna manera, salíamos del Conurbano (que no es gris, pero tampoco es puro verde) y empezábamos a circular las afueras de La Plata.

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A la capital provincial está asociada la escuela de policía Vucetich, aunque formalmente esté ubicada en el partido de Berazategui. Cerca de ahí está el sitio del que Miguel nos había hablado, un puente de doble carril en un camino de tierra, firme y enorme en medio de la nada, que ayer quedó marcado con aerosol como “El puente de la memoria”, en un acto que otra vez rompió mis prejuicios: no fue incómodo, no me importó perder el tiempo, y fui partícipe poniendo mis propias manos. Miguel buscó siempre integrarnos a todos y fue otro momento que recordaremos de la Expedición. Mientras permanecimos ahí pasaron algunas bicis, porque en los últimos años el camino -antes prohibido- empezó a ser transitado por ciclistas.
-¿Así que ahora éste es el puente de la memoria? –nos preguntó uno que iba con otras tres personas y pararon a ver- Pasamos siempre por acá. Si se va borrando, lo vamos a remarcar.
Después hicimos un pozo y plantamos un árbol en homenaje a los desaparecidos. Al leer la seriedad de los twetts de esa hora, una descubre la honda significación de ese momento. Recién una vez retomado el camino volví a un tono más twittero:
-Plantamos una cina-cina, y ahora vamos a encontrarnos con Zina.

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Zina Katz y Elena Dotta se sumaron con sus bicicletas en la estación Pereyra, aunque recién entramos en contacto un rato más tarde, en el almuerzo en una parrilla de Villa Elisa, que no fue tan tarde como había prejuzgado. Cuando llegaron no saludaron más que a los conocidos y mientras pedaleamos cruzamos pocas palabras. Zina hizo algún comentario positivo sobre los relatos que cuelgo en el blog y sentí cierta satisfacción. Escribir andando, atravesada por la intensidad de la experiencia de la expedición, deja picando la pregunta acerca de qué leerán los otros, los que no están aquí (Y también qué les pasará a Leo, Roger o Miguel cuando vean estas crónicas. A Leo ya le dije que es el protagonista del post de anteayer y quedó intrigado…)
Al final, la zona del parque por la que pasamos no estaba llena de gente ni de puestos de salamines. Nos cruzamos con más ciclistas y con unos guardaparques que nos abrieron la tranquera de entrada. Tenían buena onda. En lo que siguió hubo varias discusiones sobre el camino a seguir, donde se cruzaban diferentes voces y distintas indicaciones. Varios expedicionarios conocíamos aunque sea algo del lugar. Yo empecé a sentir la sensación de la llegada, aunque en rigor faltaba bastante y todavía falta.

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En Villa Elisa, cuando ví pasar un 273, tuve definitivamente la emoción de estar en casa que no me abandonó desde entonces. Desde ese momento todo fue relajo y encuentro con conocidos. Quizá también Roger, Leo o Azu sientan algo de ese clima más familiar. Desde Hudson, en realidad, estamos recibiendo visitas que vienen del lugar a donde vamos, y adelantan su presencia. Esa noche fue Gonzalo Chaves y la comitiva de La Grieta que vino con él. En Villa Elisa fueron Pato Ríos y la Negra Valencia, de La Fabriquera.
Estar en expedición entre conocidos da, sin embargo, una sensación rara. La prótesis –en mi caso, la bici inodoro- se siente mucho más cuando estás en un sitio familiar. Por momentos invaden algunas extrañezas o distancias inimaginadas. En City Bell, por ejemplo, me sentí incómoda cuando quise que las chicas de Tormenta estamparan su producción en la lona del baño. Me quedó una sensación rara de esa parada, quizá también porque en el mapa conceptual que imprimieron sentí la ausencia de algunas palabras propias. Mientras Leo y Roger jugaban a encontrarse entre la nube de conceptos, yo seguí tomando mate con Mica –que volvió a visitarnos- y comiendo la torta que Maite Rodríguez di Luca mandó para los expedicionarios.
Así y todo, estábamos en casa. La prueba no fue sólo la euforia de las recibidas –en otros paradas ya había habido aplausos y abrazos- sino cómo se fue formando una caravana, con autos incluidos, que nos acompañó de City Bell a Tolosa, donde nos esperaba un relajo definitivo, como si en lugar de parar a tomar fuerza estuviéramos descansando de los cuatro días de expedición.

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En la Estación Tolosa, frente a un puente de hierro que tiene más de un siglo, el carro de Leo se habilitó como bar, mientras nos sorprendían con una obra en la que no estaba claro cuál era el público y cuáles eran los actores, cosa difícil de lograr. ¡Ni siquiera estaba claro quiénes eran los expedicionarios!
La intervención de la Fabriquera generó además un momento muy divertido cuando se topó con la llegada de un tren. Se produjo una escena carnavalesca, de fiesta popular, que justamente era posible porque no había distinciones. Ahí me encontré con algunos conocidos que habían ido convocados por la obra teatral en el puente y, como no sabían de la Expedición, me preguntaban por qué no había estado en la FLIA, adonde vamos hoy.
El de la Estación Tolosa fue otro momento para destacar: era una recibida para nosotros, pero no éramos el centro. Eso también nos relajó… El tramo desde ahí hasta el Galpón, que son cinco cuadras, costó más que todo el resto. Era el cansancio y también el buen clima: no queríamos irnos. Hasta se pinchó una rueda en ese tramito, cosa que no había ocurrido en todo el camino desde Constitución.
A la noche en el Galpón de Tolosa tuvimos una recepción muy cálida. Al final no se había hecho lo del Bachillerato, así que no había fiesta. Fue todo muy íntimo. Nos esperaban con la mesa puesta. Y nos estaban haciendo el aguante, porque esa noche todo ocurría en la zona del centro cultural Favero, donde está la FLIA. La banda amiga invitada a tocar lo hizo debajo del toldo expedicionario.
En la cena, Elena, Zina y el propio Roger hablaban y preguntaban sobre el lugar como si yo fuera del Galpón de Tolosa. Lo aclaré más de una vez, aunque no podía dejar de sentirme como en casa, si hasta estábamos frente a un mural que pinté un tiempo atrás, y en el Galpón mostraban una confianza suficiente como para dejarme la llave e irse tranquilos a dormir.
Después, Matías y Pablo contaron algo de la historia del lugar y se habilitó un lindo intercambio de ideas. Tal como había imaginado, me dediqué a hacer conexiones a partir de las relaciones cultivadas en el tiempo: Celestina habló con Zina, Leo tocó su “chanchito” con La Reserva, y así.

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Creo que también ocurrirá eso en nuestro paso por la FLIA. El día de hoy prevé un recorrido corto pero imagino que tendremos bastante actividad, varias paradas, mucha gente conocida. No espero una gran recepción en la Feria. Tampoco la absoluta indiferencia, pero sí que la llegada de los expedicionarios será una cosa más en la vorágine de la movida. Por otra parte, los imagino pensando que la expedición es LULI y nada más. Y me veo otra vez haciendo puentes. Al final, espero, ocurrirán cruces intensos: me vienen imágenes de Azu conversando con Joaco y Pili de Indymedia; a Leo intercambiando ideas con Pixel; a Roger escarbando una mesa de publicaciones y revisando algunos prejuicios; a Zina y Elena gustosas de estar en el Favero, curiosas de todo, tomando notas; al Punky picandole el coco a todos.
Después, una entrada triunfal al casco urbano y un paseo tipo guía turístico por las principales plazas. Prefiguro, como si ya la hubiésemos sacado, una foto contrapicada de todos los carros delante de la Catedral. Luego iremos al Malvinas porque Roger quiere pasar por ahí, y terminaremos el recorrido en el Galpón de la Grieta. Imagino otra vez una recibida familiar, una noche muy emotiva, con velas y rica comida, y el cañón preparado con proyecciones. Insistente como una nena caprichosa anoche le pedí Fabiana que me haga lemon pie, pero ante todo la veo a ella haciendo puentes, todo el tiempo, como hizo en realidad durante todo este recorrido, desde antes que empezáramos a pedalear.

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