15 abr 2011

La Fabriquera



Cuando le conté a Laura Valencia esto de la Expedición, lo hice con entusiasmo. Días después, me habló de melancolía, de que esta expedición tenía como un deje melancólico. Me sorprendió. Mi única y débil respuesta es que tiendo a esconder ese aspecto saturnino que hay en todo lo que hago, para que los demás se sumen. Ese fue, entre Laura y yo, nuestro primer punto de encuentro.

(Muchos días después, en la pared del Álbum-Oficina colgué una foto de Walter Benjamin, un doble homenaje: a Laura, porque Susan Sontag escribió un ensayo sobre Walter Benjamin y la melancolía titulado "Bajo el signo de Saturno", y a Pep Izquierdo, que hojea el Libro de los pasajes como si éste fuera un oráculo, igual que antes se hojeaba Robinson Crusoe o la Biblia).

Con Patricia Ríos hablé de teatro, de la escritura en colaboración. Le conté mis aventuras escribiendo teatro con Gemma, con Pep. Nos encontramos ahí, Patricia y yo, en una parrilla de Villa Elisa, hablando de cómo se escribe teatro a cuatro manos.

La noche del sábado, cuando la Expedición llegó a la estación de Tolosa, nos esperaba una extraña compañía. Lo que hicieron en ese puente sobre las vías era teatro y no. Por momentos me recordaba lo que hicimos en otra vida con la Internacional Melancólica y en otros me salía a la mente Amarcord. En un momento pareció que el tren que paró en la estación era parte del espectáculo. El maquinista se sumó haciendo sonar la bocina al arrancar. Luego sonó el acordeón, y la extraña compañía, con sus trajes tristes y bellos, nos guió puente arriba.

Patricia escribió en el blog de La Fabriquera unas notas sobre la Expedición. Empiezan así:
Cuando Laura me cuenta algo sobre la expedición me parece un verdadero delirio, e inmediatamente me dan ganas de sumarme. ¿Pero sumarnos cómo? Pensamientos varios: tal vez tendría que hacer una pasada por los puntos del itinerario, hablar algo más con los expedicionistas, mirar el blog (esto lo hago). Los días pasan y se viene la expedición. Rápidamente organizamos un formato de acción, lo único seguro e inamovible es el puente. El puente de Tolosa: el lugar del encuentro. Varios fabriqueros se suman a la actividad quizás con más dudas que nosotras, sin saber muy bien a qué. Por momentos pensando “si hubiera habido más tiempo”, y por momentos lanzados a la idea que no hay nada que probar de antemano, más que tomar el lugar con lo que queremos hacer. Puro deseo y variables que se multiplican al infinito.

13 abr 2011

ÁLBUM-OFICINA 2x3

Centro de documentación para LA EXPEDICIÒN
(Textos, proyecciones y ruido)



¿Qué es LA EXPEDICÓN? La mayor parte del tiempo, no hace sino suscitar dudas, preguntas, poner de manifiesto prejuicios (alguno, acertado). Cada expedicionario, y somos muchos, ha llegado a LA EXPEDICIÒN con su propio equipaje conceptual. Podríamos escribir aquí su descripción, como si se tratara de la introducción de personajes en una novela de Verne o de Roussel.

Necesitábamos una oficina, y al estar dispersos, creamos un blog, intercambiamos cientos de cartas electrónicas, hablamos mucho entre nosotros, casi siempre en pequeños grupos, nunca todo el equipo expedicionario junto.
De esta proliferación de contactos, conversaciones, ideas, conceptos, obras, decimos que es una obra, y la llamamos LA EXPEDICIÓN.

Hemos dicho, también, que esta obra es una curaduría. Cabe añadir que lo es de nuestras ideas, de nuestras maneras de entender nuestro entorno (urbano/conunbano), que incluye nuestras relaciones con el espacio, con las personas, con los conceptos filosóficos que mejor nos ayudan a examinar los espacios y tiempos físicos o mentales en los que nos movemos.

El ÁLBUM-OFICINA 2x3 es un título que apunta a varias cosas. Álbum, porque incluye una colección de textos, mapas, fotografías y recuerdos de viaje; Oficina, porque este espacio parecía destinado a serlo, y nosotros nunca quisimos tener una; 2x3, se refiere a las medidas del espacio y a una expresión popular mexicana que significa rápido.

LA EXPEDICIÓN, hasta hoy, ha implicado una serie de cambios de ritmo, de velocidad, cuya finalidad no es otra que cambiarnos a nosotros mismos la manera en que percibimos lo que somos, dónde somos y con quién. Por ejemplo, hemos hecho ya un primer viaje, desde Constitución a La Plata, en bicicletas muy difíciles de llevar. Leonello Zambón llevaba su bici/cabina de DJ/cocina/living/bar; LULI llevaba su bici/baño; otros viajeros llevaban un carro con todo el equipaje, carpas, bolsas de dormir, herramientas, comida; mientras que acompañando estos carros iban otras bicicletas sin carga, más ágiles, que servían para explorar el terreno, la ruta a seguir o abrir paso por entre el pesado tráfico de muchos de los lugares que atravesamos. Un viaje que habitualmente dura hora y media nos llevó cinco días.


Si la vida dura un tiempo, ¿no debe entrar la mímesis que el arte supone en este terreno de la duración? Esta pequeña muestra es un archivo de nuestras lecturas, tanto textuales como del entorno y la experiencia. Es previa y posterior al viaje, como un tiempo paralelo, ciclos concéntricos de tiempo, en el que las duraciones a veces coinciden, a veces se alejan una de otra. Son los ciclos que nos afectan en la vida y de los cuales esta instalación no es más que una instantánea capturada con una cámara cuyo obturador está empezando a fallar.

Esta muestra se puede ver en la Sala Microespacio, de La Plata, durante el mes de abril.

4 abr 2011

Prejuicios/6: los diálogos y los climas

En las crónicas anteriores prácticamente no hablé del clima, que fue bueno cada día de la Expedición, quizá con un sol demasiado sofocante algunos mediodías. En Hudson tuvimos lluvia pero ya estábamos refugiados. La verdadera llegó el domingo a la mañana y alteró un poco los planes que teníamos. Al mediodía, cuando nos dijeron que no se hacía la FLIA, dejó de gustarme el comentario jocoso que había repetido desde el principio de la Expedición diciendo lo bueno que estaría que lloviera el último día. Mientras Fabi preocupada nos conseguía pilotos, lamenté que no se fueran a producir los encuentros que había imaginado ayer.
La lluvia impuso un parate, y ese descanso generó buen clima entre nosotros. A propósito, algo que me ha llamado la atención toda la Expedición es que salimos con la bandera del “encuentro con el otro” y un discurso sobre la búsqueda de diálogos, y los encuentros más intensos y las conversaciones más profundas fueron con nosotros mismos -y no siempre fue fácil habilitarlas-. Vale aclarar que el grupo de expedicionarios no es un grupo que preexistiera al proyecto: nos conocimos pedaleando, discutiendo caminos y emparchando carros. La intensidad de la experiencia nos hizo familiares, pero no siempre hubo diálogos y algunos días no cruzamos muchas más palabras que “¡cuidado, micro!”, “la siguiente a la derecha”, “que el baño vaya atrás”, y cosas por el estilo.

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El sosiego del domingo a la mañana, entre otras cosas, habilitó esas conversaciones que faltaban. También aportó que Roger se apareciera con medialunas para el mate –las mejores que comimos en todo el viaje-, y la buena disposición que tenían Zina y Elena, las últimas en incorporarse al grupo, que se pusieron a limpiar como forma de devolverle algo al Galpón que nos hizo sentir en casa. En el desayuno charlamos entre todos sobre esta experiencia y lo que nos restaba encontrar. Roger contó que le gustaría volver a algunos puntos por los que pasamos, como Berazategui. Con Zina y Elena intentamos pensar las diferencias del hacer en La Plata y Buenos Aires, y me encontré explicando una peculiaridad de esta ciudad donde todo tiende a hacerse colectivamente. Al volver a aclarar que no era del Galpón de Tolosa, terminé hablando de redes platenses que provocan extrañeza al que no es de acá.
Con la agenda reajustada, también tuve tiempo de dibujar y escribir más cómoda; Leo, Azu y Miguel de dormir una siesta; y así cada uno. Acaso en ese mismo momento en La Grieta ya empezaban a preparar la calidez del lugar y el delicioso guiso de porotos negros con el que nos recibieron. La distancia entre un galpón y otro la recorrió varias veces Fabi, que nos consiguió capas para la lluvia a todos y luego acompañó a buscar comida, y aunque no lo supe entonces, también se hizo tiempo para cocinar el postre que le había reclamado con insistencia.

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El quinto y último día vivimos una vez más la sensación del tiempo alargado y acortado. Si primero la mañana se estiró con aquel descanso casero, después del mediodía, al salir un sol radiante, nuestra actividad se concentró en muy pocas horas. Aunque sabíamos de la suspensión de la FLIA salimos rumbo al Favero, donde igual había algunos puestos, según nos dijeron por teléfono. Cuando llegamos ya eran más; y cuando nos fuimos, la Feria comenzaba a llenarse. Contra mis prejuicios, nos recibieron y despidieron con aplausos. En el programa impreso habían dedicado media página a la Expedición, con un texto explicando mi ausencia en la FLIA. Estando ahí, un dibiajante que tenía un puestito retrató nuestro baño. También en la Bicicletería, donde tomamos café y mate mientras charlamos con una periodista de NAN, nos recibieron con la mejor. Yo iba y venía de la entrevista al bicibaño, instalado en plena esquina de 117 y 40. En el rato que estuvimos, mucha gente se acercó para graffitearlo, sacar fotos y hacernos preguntas. Con Matías del Galpón de Tolosa terminamos explicándole La Expedición a medio mundo. A propósito: antes de irnos del lugar donde pasamos la última noche hicimos un acto simbólico de entrega del baño móvil, que quedará en Tolosa y estará a disposición de distintas movidas platenses. Desde allí, Matías prestó su bicicleta y fue conduciendo el carro como un expedicionario más. En el Favero se sumó Pili de La Grieta y ya fuimos doce pedaleando. Se hacía de noche cuando llegamos al destino final, cada uno conduciendo una bici que no era la propia, símbolo de la confianza construida en pocos días que parecieron un montón.

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El resto de la jornada fue tal como la había imaginado, sumándole el recorrido especial preparado por Gustavo –un chico del taller de La Vaca de Muchos Colores- que marcó la geografía de la ciudad y además escribió y dibujó un cuaderno especialmente para nosotros, los expedicionarios. Dentro del casco urbano hicimos un circuito turístico clásico para sacar la foto frente a la catedral. En el camino tocamos frente al Teatro Argentino la bocina de Leo, que sonó cada vez más a medida que nos acercábamos al último destino. Pasamos por el centro cultural Islas Malvinas sin que pasara nada allí más que esperar a Gustavo para que guiara el tramo final.
Así como todo el viaje salimos dos veces de cada lugar –por reparar los carros-, esta vez llegamos dos veces, porque olvidamos pasar por un punto y, eufóricos por la llegada, volvimos. La Grieta nos dio, finalmente, la recibida esperada, con mesitas en el piso, buena música, un guiso que no paraba de estar bueno y un despliegue de amistades y puentes construidos con el tiempo. Estaban las chicas de Tormenta con muy buena onda, otra vez Mica con arroz con leche, un par de amigos de Leo, algunos compañeros de Tolosa y más. Una vez instalados se largó una lluvia intensa que apretó el abrazo colectivo. Nos acabamos el brandy de la encomienda que abrimos el primer día y hubo más regalos. Algunos charlaban sobre curadurías de las muestras que vienen, de las que no sé demasiado (Esa es otra expedición, que harán Roger, Leo y Fabiana; yo decidí bajarme en esta Estación). Otras repasamos anécdotas y miramos las fotos una y otra vez. Terminamos tirados en almohadones viendo los videos que saltaban en Youtube al poner “bicicleta”, proyectados sobre la pared de ese Galpón. Creo que cada uno de nosotros, en algún instante de la noche, debe haber tenido ganas de meterse en la bolsa de dormir y pensar en el siguiente recorrido por construir.
Pocas veces antes escribí sobre el clima en la Expedición, pero sin duda terminamos con el más cálido, y acaso esa fue nuestra mejor obra colectiva.

3 abr 2011

Prejuicios/5: la jornada más intensa, la vuelta a casa

El cuarto día fue el más intenso, en especial para nuestras rodillas y nuestros brazos, aunque el camino no resultó tan largo como había imaginado, o al menos no llegamos tan de noche como pronosticaba. Es curioso cómo la expedición ha ido transformando, estirando o achicando, nuestras nociones de tiempo y espacio. Tengo la sensación de que hace un mes estamos viajando. Y no es por el cansancio sino por la intensidad de la experiencia: ahora que me siento en casa y sé que falta menos de un día para el destino final, no quiero que termine; seguiría hasta algún otro sitio.
La jornada estuvo, además, cargada de actividades: la movida que Miguel había propuesto hacer en el puente próximo a la Vucetich, la parada en City Bell con las chicas de Tormenta y la recibida en el Galpón de 3 y 526, después de un paso por la Estación Tolosa que no tenía presente ayer y que ocurrió también en torno a un puente, que sigue siendo una buena metáfora para algunos momentos de expedición: una construcción que los seres humanos hacen para superar un obstáculo, que produce una conexión de dos puntos que antes estaban separados, que acorta distancias. Como apuntaba en el post anterior, hoy me tocó a mí hacer de puente, así como otros lo hicieron antes, o bien hubo puentes que nos faltaron.

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Al primer puente, físicamente hablando, llegamos después de un camino de tierra terrible para transitar con nuestros carros, aunque es probable que haya sido uno de los momentos más memorables de la Expedición. Hasta fue divertido, más allá de lo que sudamos y dudamos. En un momento tuvimos que inventar una regla de conversión de distancias para adivinar a Miguel, que cuando decía faltan 200 metros, faltaba un kilómetro, y nos había dicho que el camino de tierra era mucho menos de la mitad de lo que fue.
Es hora de que los expedicionarios confesemos que no hicimos todo el recorrido en bicicleta: en esa parte, al carro de Leo lo llevamos en andas. Imagínense la escena, propia de El baño del papa. Además era bien interesante –e inimaginable- la heterogeneidad de personajes que encontramos en un camino de tierra, paralelo, donde supuestamente no pasa nadie: nos cruzamos con ciclistas entrenados –de esos que llevan casco en lugar de baños móviles-, con jinetes de la alta élite, con changuitos caminando, con quinteros trabajando sus cultivos. El paisaje agreste fue la primera discontinuidad visual bien marcada que tuvimos en el recorrido. Ahora estábamos en zona de quintas; por decirlo de alguna manera, salíamos del Conurbano (que no es gris, pero tampoco es puro verde) y empezábamos a circular las afueras de La Plata.

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A la capital provincial está asociada la escuela de policía Vucetich, aunque formalmente esté ubicada en el partido de Berazategui. Cerca de ahí está el sitio del que Miguel nos había hablado, un puente de doble carril en un camino de tierra, firme y enorme en medio de la nada, que ayer quedó marcado con aerosol como “El puente de la memoria”, en un acto que otra vez rompió mis prejuicios: no fue incómodo, no me importó perder el tiempo, y fui partícipe poniendo mis propias manos. Miguel buscó siempre integrarnos a todos y fue otro momento que recordaremos de la Expedición. Mientras permanecimos ahí pasaron algunas bicis, porque en los últimos años el camino -antes prohibido- empezó a ser transitado por ciclistas.
-¿Así que ahora éste es el puente de la memoria? –nos preguntó uno que iba con otras tres personas y pararon a ver- Pasamos siempre por acá. Si se va borrando, lo vamos a remarcar.
Después hicimos un pozo y plantamos un árbol en homenaje a los desaparecidos. Al leer la seriedad de los twetts de esa hora, una descubre la honda significación de ese momento. Recién una vez retomado el camino volví a un tono más twittero:
-Plantamos una cina-cina, y ahora vamos a encontrarnos con Zina.

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Zina Katz y Elena Dotta se sumaron con sus bicicletas en la estación Pereyra, aunque recién entramos en contacto un rato más tarde, en el almuerzo en una parrilla de Villa Elisa, que no fue tan tarde como había prejuzgado. Cuando llegaron no saludaron más que a los conocidos y mientras pedaleamos cruzamos pocas palabras. Zina hizo algún comentario positivo sobre los relatos que cuelgo en el blog y sentí cierta satisfacción. Escribir andando, atravesada por la intensidad de la experiencia de la expedición, deja picando la pregunta acerca de qué leerán los otros, los que no están aquí (Y también qué les pasará a Leo, Roger o Miguel cuando vean estas crónicas. A Leo ya le dije que es el protagonista del post de anteayer y quedó intrigado…)
Al final, la zona del parque por la que pasamos no estaba llena de gente ni de puestos de salamines. Nos cruzamos con más ciclistas y con unos guardaparques que nos abrieron la tranquera de entrada. Tenían buena onda. En lo que siguió hubo varias discusiones sobre el camino a seguir, donde se cruzaban diferentes voces y distintas indicaciones. Varios expedicionarios conocíamos aunque sea algo del lugar. Yo empecé a sentir la sensación de la llegada, aunque en rigor faltaba bastante y todavía falta.

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En Villa Elisa, cuando ví pasar un 273, tuve definitivamente la emoción de estar en casa que no me abandonó desde entonces. Desde ese momento todo fue relajo y encuentro con conocidos. Quizá también Roger, Leo o Azu sientan algo de ese clima más familiar. Desde Hudson, en realidad, estamos recibiendo visitas que vienen del lugar a donde vamos, y adelantan su presencia. Esa noche fue Gonzalo Chaves y la comitiva de La Grieta que vino con él. En Villa Elisa fueron Pato Ríos y la Negra Valencia, de La Fabriquera.
Estar en expedición entre conocidos da, sin embargo, una sensación rara. La prótesis –en mi caso, la bici inodoro- se siente mucho más cuando estás en un sitio familiar. Por momentos invaden algunas extrañezas o distancias inimaginadas. En City Bell, por ejemplo, me sentí incómoda cuando quise que las chicas de Tormenta estamparan su producción en la lona del baño. Me quedó una sensación rara de esa parada, quizá también porque en el mapa conceptual que imprimieron sentí la ausencia de algunas palabras propias. Mientras Leo y Roger jugaban a encontrarse entre la nube de conceptos, yo seguí tomando mate con Mica –que volvió a visitarnos- y comiendo la torta que Maite Rodríguez di Luca mandó para los expedicionarios.
Así y todo, estábamos en casa. La prueba no fue sólo la euforia de las recibidas –en otros paradas ya había habido aplausos y abrazos- sino cómo se fue formando una caravana, con autos incluidos, que nos acompañó de City Bell a Tolosa, donde nos esperaba un relajo definitivo, como si en lugar de parar a tomar fuerza estuviéramos descansando de los cuatro días de expedición.

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En la Estación Tolosa, frente a un puente de hierro que tiene más de un siglo, el carro de Leo se habilitó como bar, mientras nos sorprendían con una obra en la que no estaba claro cuál era el público y cuáles eran los actores, cosa difícil de lograr. ¡Ni siquiera estaba claro quiénes eran los expedicionarios!
La intervención de la Fabriquera generó además un momento muy divertido cuando se topó con la llegada de un tren. Se produjo una escena carnavalesca, de fiesta popular, que justamente era posible porque no había distinciones. Ahí me encontré con algunos conocidos que habían ido convocados por la obra teatral en el puente y, como no sabían de la Expedición, me preguntaban por qué no había estado en la FLIA, adonde vamos hoy.
El de la Estación Tolosa fue otro momento para destacar: era una recibida para nosotros, pero no éramos el centro. Eso también nos relajó… El tramo desde ahí hasta el Galpón, que son cinco cuadras, costó más que todo el resto. Era el cansancio y también el buen clima: no queríamos irnos. Hasta se pinchó una rueda en ese tramito, cosa que no había ocurrido en todo el camino desde Constitución.
A la noche en el Galpón de Tolosa tuvimos una recepción muy cálida. Al final no se había hecho lo del Bachillerato, así que no había fiesta. Fue todo muy íntimo. Nos esperaban con la mesa puesta. Y nos estaban haciendo el aguante, porque esa noche todo ocurría en la zona del centro cultural Favero, donde está la FLIA. La banda amiga invitada a tocar lo hizo debajo del toldo expedicionario.
En la cena, Elena, Zina y el propio Roger hablaban y preguntaban sobre el lugar como si yo fuera del Galpón de Tolosa. Lo aclaré más de una vez, aunque no podía dejar de sentirme como en casa, si hasta estábamos frente a un mural que pinté un tiempo atrás, y en el Galpón mostraban una confianza suficiente como para dejarme la llave e irse tranquilos a dormir.
Después, Matías y Pablo contaron algo de la historia del lugar y se habilitó un lindo intercambio de ideas. Tal como había imaginado, me dediqué a hacer conexiones a partir de las relaciones cultivadas en el tiempo: Celestina habló con Zina, Leo tocó su “chanchito” con La Reserva, y así.

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Creo que también ocurrirá eso en nuestro paso por la FLIA. El día de hoy prevé un recorrido corto pero imagino que tendremos bastante actividad, varias paradas, mucha gente conocida. No espero una gran recepción en la Feria. Tampoco la absoluta indiferencia, pero sí que la llegada de los expedicionarios será una cosa más en la vorágine de la movida. Por otra parte, los imagino pensando que la expedición es LULI y nada más. Y me veo otra vez haciendo puentes. Al final, espero, ocurrirán cruces intensos: me vienen imágenes de Azu conversando con Joaco y Pili de Indymedia; a Leo intercambiando ideas con Pixel; a Roger escarbando una mesa de publicaciones y revisando algunos prejuicios; a Zina y Elena gustosas de estar en el Favero, curiosas de todo, tomando notas; al Punky picandole el coco a todos.
Después, una entrada triunfal al casco urbano y un paseo tipo guía turístico por las principales plazas. Prefiguro, como si ya la hubiésemos sacado, una foto contrapicada de todos los carros delante de la Catedral. Luego iremos al Malvinas porque Roger quiere pasar por ahí, y terminaremos el recorrido en el Galpón de la Grieta. Imagino otra vez una recibida familiar, una noche muy emotiva, con velas y rica comida, y el cañón preparado con proyecciones. Insistente como una nena caprichosa anoche le pedí Fabiana que me haga lemon pie, pero ante todo la veo a ella haciendo puentes, todo el tiempo, como hizo en realidad durante todo este recorrido, desde antes que empezáramos a pedalear.

2 abr 2011

Prejuicios/4: del “día de descanso” a los puentes por construir

El recorrido del tercer día fue bien corto. No estuvimos quietos, pero podríamos decir que fue un día de (des)encuentros con la prensa, de descanso y de algunas reflexiones.
Despertamos en el Museo del Golf, en Berazategui, y el plan del día era visitar algunos lugares de esa ciudad y trasladarnos hasta Hudson, una localidad costera que es parte del mismo distrito. Era un día sin apuro, porque la distancia es mínima: menos de lo que habíamos hecho las primeras jornadas e insignificante en relación a lo que nos depara el día de hoy. Esta vez, el primer encuentro con el otro fue con un cronista de televisión, al que mandaron a hacer una nota sin demasiada explicación e imaginaba encontrar unos ciclistas que recorrían al país rumbo a algún sitio más lejano como –según sus palabras- Formosa. Llevaba corbata, impostaba la voz frente al micrófono y tenía una cabeza bien estructurada.
- ¿Cuál es el objetivo de esta expedición? –indagó a poco de presentarse, luego de preguntar por el “responsable” de este “emprendimiento”.
- Tiene muchos objetivos. Los objetivos van cambiando, y cada uno puede tener los suyos –contestó Roger, palabras más, palabras menos.
- ¿Pero cuál sería el objetivo concreto? –Insistió- ¿Fomentar la cultura?.
Todavía estábamos dormidos y teníamos más ganas de dibujar, tomar mate o jugar con los circuitos integrados de Leo, que de conversar con este flaco alto que confirmaba todos los juicios y prejuicios sobre el periodismo movilero. Fue, seguramente, una entrevista para el olvido. Roger dice que fue la peor que le hicieron en toda la Expedición. Y el periodista se fue por donde vino, acaso a cubrir un accidente, entrevistar un funcionario municipal o contar la historia de una vecina que cumplió 100 años.

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La otra entrevista –además de las telefónicas- fue en la puerta del “De Vicenzo”, el galpón donde Jaquie Abraham impulsó la experiencia de “Arte por parte”. Esta vez la figura fue la de una prensa localista: todo el tiempo preguntaba cómo nos había impresionado Berazategui, qué habíamos conocido de Berazategui, qué cosa distinguía a Berazategui, qué se sabe de Berazategui en el lugar de dónde venimos. Autonomizada del Partido de Quilmes hace medio siglo, Beraza es, en rigor, el lugar con más identidad localista por el que hemos pasado. Y si el golf –con la figura paradigmática de Roberto De Vicenzo- es una de sus cartas de presentación, la otra es el vidrio. La localidad se define como la “capital del vidrio”, aunque ya no funcionan ahí los talleres de la Rigolleau, la fábrica que otrora hacía las botellas para la cervecería Quilmes, del mismo modo que la Maltería Hudson, un edificio enorme y hermoso a la vera de las vías, la proveía de malta. El capital se globalizó, el país se desindustrializó, y el vidrio quedó convertido en objeto de museo.

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En el post anterior, al contar mis prejuicios sobre este día, olvidé decir que además del protocolo institucional imaginaba al Museo que visitamos por la mañana como un galpón lleno de máquinas y frasquitos; plagado de vidrio –obviamente-, trabajado de diversas formas, con mucho arte de diseño pero también las clásicas botellas aplastadas y estiradas. Es una de las pocas imágenes preconcebidas que confirmé en todo el viaje: en el museo-escuela del vidrio estaba todo eso, incluidas las botellas estiradas; aunque la visita no fue tan protocolar y la guía fue bastante descontracturada, en parte porque empezamos por el final del recorrido y luego porque tuvo éxito con lo que llamaba “un viaje en el túnel del tiempo”: en la cocina del lugar tenía una alacena inmensa llena de botellitas de antaño y una colección de objetos de oficios que ya no existen, que nos mostró mientras Gardel sonaba en un gramófono a cuerda fabricado en 1910.
-Parece un robot –caracterizó Azucena a un esterilizador de barbería que estaba en un rincón. Azu, que ya había compartido con nosotros la noche en Bernal, se sumó ahora al grupo de expedicionarios. Su llegada fue positiva porque se integró con soltura y habilitó otras conversaciones. Por caso, el mismo día de su llegada probó llevar la bici-baño que construí y que Roger y Leo aún no condujeron en ningún tramo del viaje.

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Hablando de mujeres, algo que me rondó la cabeza estos días fue el lugar en que las ubican algunas personas e instituciones que visitamos. Son imágenes sueltas, desde un comentario sobre la debilidad femenina hecho por Tito Ingenieri al estrechar una mano, hasta la sorpresa de los berazateguenses por el hecho de que el grupo de expedicionarios no fueran todos hombres. Una de las primeras cosas que nos mostraron en el Museo del Vidrio fue la obra de Felix Berdyszak. Estaban expuestos dos poliedros y cuatro esculturas de rostros humanos. Los personajes eran Bethooven, San Martín, Washington y… “la mujer”.
En la misma sala presentaban los trabajos de Lucrecia Moyano, que trabajó en la sección artística de la Rigolleau en la primera mitad del siglo XX. La guía contó poco de su obra más allá del vidrio, pero no dejó de mencionar que fue la primera mujer en ponerse en bikini en Mar del Plata. “Así que estamos ante la obra de esta loca linda”, sintetizó.
La última imagen para reflexionar viene del Museo del Golf, el sitio donde pasamos la noche, y donde algunas conversaciones nos hicieron al menos resquebrajar la asociación directa del golf con la élite, que es clara cuando se practica como pasatiempo (Nos contaban que muchos de los grandes campeones vienen de contextos muy humildes, y de allí una frase de Roberto De Vicenzo que citaron varias veces: no es lo mismo jugar al golf para bajar la panza que para llenarla). Una vitrina está dedicada al golf femenino, casi como una extrañeza, y muestra por ejemplo fotos de la vestimenta de las jugadoras. Sin embargo, una lectura entrelíneas del propio guión del Museo descubre que el primer campeonato nacional de golf fue entre mujeres, en 1904. La cronología señala, claro, otra fecha: en 1905 –dice- se realizó el campeonato abierto del Río de la Plata. Y agrega que además se realizó el II Campeonato de Damas -que ganó la Sra. De Mungo Park-, cuya primera edición se había hecho al año anterior, o sea, antes de que los hombres agarraran los palos. “Encontrar cosas de golf femenino es muy difícil. Fui a la institución madre del golf y no encontré nada”, nos contó Adriana, una de las buenas anfitrionas que tuvimos en Berazategui.

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También fuimos bien recibidos en Hudson. La casa de Miguel, que tenía el barroco y alguno de los contrastes que había imaginado, fue sumamente acogedora. Llegamos cuando comenzaba a llover, y con el objetivo firme de reparar los carros, que estaban destartalados por los tres días de recorrida y les espera el día de pedaleo más intenso y dificultoso (En la salida del Museo del Golf tuvimos la primera des-soldadura del baño móvil). En un espacio caótico se generó un ambiente tranquilo, familiar. No había sociales por hacer ni sobreabundancia de propuestas: estábamos en una casa –estaba, incluso, la madre de Miguel- y la única actividad era arreglar las bicis: poner suplementos, martillas, soldar, ajustar. Terminamos el día comiendo empandas pedidas a un delivery y con la visita de Gonzalo Chaves, Gaby Pesclevi, Manu y Ale Negrín, que vinieron desde La Plata para saludarnos. La lluvia nos convenció de dormir adentro, en el piso pero adentro, y nadie reclamó la aventura de mojarse y chupar frío a una expedición que busca superar otras barreras.

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Hoy tenemos el trayecto más extenso, de Hudson a Tolosa, con una parte de tierra que no sabemos cómo es (Miguel conoce, pero esquiva las preguntas sobre el tema). Pasaremos por varios lugares. Imagino al Parque Pereya con tierra mojada, pozos y sombra, lleno de mosquitos, y lleno también de gente tomando mate aprovechando el fin de semana. Me figuro, en esa escena, puestitos “de ruta” de esos que venden tablas de madera, salamines o sandías, y una suerte de exposición de Fiat 600, con músicas tipo reggaeton superponiendose unas a otras.
En ese camino pasaremos por un puente ubicado cerca de la escuela de policía, al que Miguel llama “el puente de los desaparecidos”, porque en la dictadura lo utilizaban camiones que llevaban cuerpos al cementerio, una historia de la que tiene imágenes fragmentarias de cuando vivió en esa zona y que pudo reconstruir conversando con un capataz que tuvo trabajando para la Municipalidad. Compró un aerosol negro y quiere demarcar el lugar; también plantar un árbol que llevaremos desde Hudson, por lo que tendremos carga adicional. No sé bien cómo será ese ritual, voy a acompañarlo pero quizá con cierta incomodidad: imagino algo medio bajón, por decirlo de alguna manera. Me imagino también, quizá, preocupada por el tiempo, porque nos espera un día largo.
Decidimos que vamos a comer en Villa Elisa, así que probablemente almorcemos a las 4 de la tarde. Seguro que llegamos de noche, más de noche de lo que quisiéramos. Antes tenemos una parada en City Bell donde nos esperan las chicas de Tormenta. Ahí ya estaré como en casa. Prejuzgo que la mayoría o todos los que nos esperen en ese lugar serán conocidos, que nos mandaran muchos sms durante la espera, y que habrá muchas zapatillas de colores. Los chicos dicen que en algún momento se sumará Zina, la del “toldo expedicionario”, y la verdad que no tengo una imagen clara (o tengo muchas alternativas) de cómo será ella, su personalidad, su vestimenta, etcétera. Es difícil poner a prueba prejuicios difusos. La conoceré cuando llegue y ya.
En el destino final, Tolosa, descuento la buena onda pero creo que también habrá extrañeza... Lxs chicxs del Galpón van a estar haciendo, además, la presentación de su Bachillerato popular. Es genial que nos hayan incluido, mezclado en su primera actividad del año. Quizá, en la escena que resulte, haya poco diálogo entre grupos, y seré la única que conozca a todos así que andaré por ahí haciendo puentes, acaso propiciando esos encuentros a los que decimos apostar.

1 abr 2011

Prejuicios/3: Sobre soldaduras frágiles y nuevos recorridos

Al final, volvimos a tener un día cortando clavos por los carros, pero fue positivo: fue la rotura del rodado, la precariedad técnica de la obra, el catalizador de la habilitación que mi post anterior sentía ausente.
Nos fuimos de la UNQ a media mañana, después de conversar dudas y miedos, desarmar las carpas y hacer un llamado a Tito Ingenieri para recordarle la visita:
-Si, vengan, por favor! Hice una bici de madera que les quiero mostrar… -convocó por teléfono a Leo, al que conoce desde que era chico y vivía en el mismo barrio de Quilmes, y su padre arquitecto le prestó un libro fundamental para pensar su casa de botellas.
Llegamos allí por la ribera de Quilmes, después de pasar el Argentino y algún otro club de barrio, ver postes con carteles que promocionaban el oficio de parteras, y circular una avenida llena de recreos sindicales. Cuando volvimos a meternos hacia adentro, después de ver el río, supimos que estábamos en el sitio donde Leo vivió su adolescencia. “Acá pasé mucho tiempo de mi vida”, dijo cuando vio aquella casa de chapa, construida en la altura por las inundaciones. Con un sólo ambiente, fue un sitio ideal para empezar a pintar. Enfrente, una pista de karting humilde, quizá uno de los primeros lugares donde empezó a andar sobre ruedas. Una vez más advertíamos que a la expedición desde Buenos Aires le faltan porteños: Leo era quilmeño, un pibe de ese barrio.
-Zambón, cómo está tu viejo -le dijo Tito al recibirnos, y le hablaba a él, mientras nosotros mirábamos con sorpresa su obra, que de entrada derribó parte de nuestros juicios previos: el frente, con su camión ruso incluido, era más de lo imaginado; el patio, con su mangrullo, era más de lo imaginado; la casa, con su vocación de museo y una detallada limpieza, era más de lo imaginado; y sobre todo Tito, que terminó prestando su soldadora y su buen oficio, era más que un reciclador autodidacta. Más aún: imaginaba ver en esa vivienda un rejunte de chatarra, y en el contexto del barrio la obra de botellas era puro glamour y Tito, un vanguarista incomprendido.

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El camino fue corto, por adentro de Quilmes, y confirmó algo que percibíamos el primer día: si en la ruta, nuestra travesía genera indiferencia y algunas bocinas enojadas, barrios adentro la Expedición provoca curiosidad. Hay miradas desconfiadas y hay preguntas inquietas, y no faltan las interpretaciones libres. Íbamos por una calle interna de Quilmes cuando nos cruzamos con una feria de barrio y, en la esquina, entre cajones de verduras, una puestera nos presentó al público:
-¡Miren, miren!¡Exposiciones, miren!
Exposiciones no fue la única definición por otros que recibimos en el día. A media cuadra de la universidad, nos paró un policía en moto que se mostraba interesado en la bici sonora. Decía tener un club de autos e invitaba a “ir a hacer un poco de ruido”, en una charla bizarra, porque si bien es cierto que salimos en busca de conversaciones, aquel no era el tipo de interlocutores que hubiéramos buscado. Fue rápida y esquiva, y terminó con un remate a cargo del agente:
-¿Esto vendría a ser como un arte, no?

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Y sí. El segundo día, de hecho, confirmó que la bici de Leo era una obra de arte. Trasladarla el camino propuesto será todo un desafío y da la sensación de que las enmiendas enriquecen la obra, la renuevan, la cargan de historia.
Debajo de un puente, a diez minutos de habernos ido de la casa de Tito, después de pelear con varias lomas de burro, se des-soldó su carro y quedó sin rueda izquierda. Alguno podría haber visto ahí el final de la expedición, pero no. Pensándolo horas después, me sorprende que en ese momento no hallamos estallado en histeria porque se destruyó la obra. Y lo que pasó fue, al final, lo más movilizante del día: volvimos a la casa de botellas y nos vinculamos con Tito de otra forma:
-Traelo, traelo, traelo que lo soldamos. –propuso –Esto se arregla. Ponemelo patas para arriba y se lo reforzamos todo.
La primera visita había sido como la de María Tapia. Hablamos un rato, a veces en tono de entrevista, y vimos sus cosas. La charla fue breve. Nos sorprendió –incluso a Leo, que había estado antes pero no lo recordaba- la presencia de bicicletas en toda la casa, que es la gran obra de Tito.
-Viajé todo lo que pude. El concepto era la bicicleta… Tenía todo un equipo –nos contó cuando llegamos, y nos lo mostró: un pantalón hecho con cámaras de bicicleta, anteojos de madera, una escafandra para la lluvia. Más tarde se definió:
-No soy escultor. Soy obrero del arte. El obrero del arte hace cosas. A mí me gusta pintar, enchastrar, joder… Me gustaría que la gente copie ésto y viva mejor. Pero nadie me da pelota.
Nos habíamos ido sin cruzar mucho más que esas palabras. Mientras nos atendía, por momentos casi como si fuéramos un canal de televisión, Tito iba y venía haciendo sus cosas. Por eso la segunda visita fue distinta. Tito se sacó el personaje y puso sus manos a la obra. Soldó rápido y certero. Como dijo Leo, ahora el carro también es de su autoría. Y al despedirse lanzó:
-Ey, Zambón, la próxima vez que hagas algo así, avisame y organizamos algo más… aerodinámico.

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La obra mutó. La soldadura cambió levemente la estructura de hierro, y ahora la casita/oficina de madera no calza bien, no llega a la base. “Quedó como tu ex casa”, le dijo alguien a Leo. La imagen era impecable. Seguimos el camino con un carro más alto, abrazado por sogas y sin rendirse, porque el que abandona no tiene premio –como decía un cartel justo en el sitio donde la rueda se separó del carro y podría haber sido el final.
Entonces pedaleamos. Salimos de Quilmes y seguimos pedaleando. En el camino el baño móvil se usó por primera vez en la vía pública y a falta de alternativas. Algunos ya lo sabrán por twitter, porque tuitié mucho, mientras andábamos. Esa tarde, además, los expedicionarios llegamos a funcionar como un enjambre, donde las inteligencias separadas funcionaban como un organismo conformando entre todas las bicis un espacio entero.
Cruzamos Ezpeleta e incursionamos en Berazategui hasta que llegamos al Museo del Golf, donde por segunda vez nos recibieron con aplausos. El lugar, en parte, era tal como lo habíamos prejuzgado. Pero la gente, impensada. Allí estaban esperándonos los alumnos del taller de arte público coordinado por Jacquelina Abraham, que trabajaron en la semana organizándonos una recibida. Nos abrazaron, nos propusieron atravesar un cartel con una frase sobre lo inesperado y nos convidaron bebidas. Habían preparado un fogón y en los árboles había botellas con mensajes. Otra vez estaba Cecilia, a la que conocimos en la UNQ, pero ahora había traído una obra para mostrarnos. Brindamos, conversamos. Más tarde, Micaela y Daniela nos convidaron recetas y consejos familiares. Tuve la sensación de que recibíamos la hospitalidad que necesitábamos después del esfuerzo de la tarde.

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Lo más positivo del día, además del oficio de Tito y la energía de nuestros anfitriones en Berazategui, fue haber podido tensionar mis prejuicios. Seguiré entonces desplegándolos aquí, tal como propuse desde un principio. Imagino para hoy un viaje corto con nubes en el horizonte y un día relajado. Lo imagino, incluso, demasiado relajado. Habrá visitas pautadas en Berazategui que seguramente tendrán un tono burocrático y no mucho por intercambiar. Espero no aburrirme demasiado y que volvamos al viaje. Hoy nos espera, como destino final, el hogar de Miguel, uno de los expedicionarios. Prefiguro en su casa algunas imágenes barrocas y algunos contrastes fuertes, de lo delicado a la carencia, de los hierros a las plantas, y así.
Allí no habrá –creo- nada preparado como en lo de María o en el Museo del Golf. Nada de aplausos de recibida, sino mucho voluntarismo, el mismo que hizo seguir a la expedición pese a la fragilidad de sus soldaduras.

PD: Hoy salió en España esta nota sobre la Expedición.
PD2: Ale, de Quilmes, nos mandó con cariño esta canción que nos invita a seguir pedaleando: