1 abr 2011

Prejuicios/3: Sobre soldaduras frágiles y nuevos recorridos

Al final, volvimos a tener un día cortando clavos por los carros, pero fue positivo: fue la rotura del rodado, la precariedad técnica de la obra, el catalizador de la habilitación que mi post anterior sentía ausente.
Nos fuimos de la UNQ a media mañana, después de conversar dudas y miedos, desarmar las carpas y hacer un llamado a Tito Ingenieri para recordarle la visita:
-Si, vengan, por favor! Hice una bici de madera que les quiero mostrar… -convocó por teléfono a Leo, al que conoce desde que era chico y vivía en el mismo barrio de Quilmes, y su padre arquitecto le prestó un libro fundamental para pensar su casa de botellas.
Llegamos allí por la ribera de Quilmes, después de pasar el Argentino y algún otro club de barrio, ver postes con carteles que promocionaban el oficio de parteras, y circular una avenida llena de recreos sindicales. Cuando volvimos a meternos hacia adentro, después de ver el río, supimos que estábamos en el sitio donde Leo vivió su adolescencia. “Acá pasé mucho tiempo de mi vida”, dijo cuando vio aquella casa de chapa, construida en la altura por las inundaciones. Con un sólo ambiente, fue un sitio ideal para empezar a pintar. Enfrente, una pista de karting humilde, quizá uno de los primeros lugares donde empezó a andar sobre ruedas. Una vez más advertíamos que a la expedición desde Buenos Aires le faltan porteños: Leo era quilmeño, un pibe de ese barrio.
-Zambón, cómo está tu viejo -le dijo Tito al recibirnos, y le hablaba a él, mientras nosotros mirábamos con sorpresa su obra, que de entrada derribó parte de nuestros juicios previos: el frente, con su camión ruso incluido, era más de lo imaginado; el patio, con su mangrullo, era más de lo imaginado; la casa, con su vocación de museo y una detallada limpieza, era más de lo imaginado; y sobre todo Tito, que terminó prestando su soldadora y su buen oficio, era más que un reciclador autodidacta. Más aún: imaginaba ver en esa vivienda un rejunte de chatarra, y en el contexto del barrio la obra de botellas era puro glamour y Tito, un vanguarista incomprendido.

♥ ♥ ♥

El camino fue corto, por adentro de Quilmes, y confirmó algo que percibíamos el primer día: si en la ruta, nuestra travesía genera indiferencia y algunas bocinas enojadas, barrios adentro la Expedición provoca curiosidad. Hay miradas desconfiadas y hay preguntas inquietas, y no faltan las interpretaciones libres. Íbamos por una calle interna de Quilmes cuando nos cruzamos con una feria de barrio y, en la esquina, entre cajones de verduras, una puestera nos presentó al público:
-¡Miren, miren!¡Exposiciones, miren!
Exposiciones no fue la única definición por otros que recibimos en el día. A media cuadra de la universidad, nos paró un policía en moto que se mostraba interesado en la bici sonora. Decía tener un club de autos e invitaba a “ir a hacer un poco de ruido”, en una charla bizarra, porque si bien es cierto que salimos en busca de conversaciones, aquel no era el tipo de interlocutores que hubiéramos buscado. Fue rápida y esquiva, y terminó con un remate a cargo del agente:
-¿Esto vendría a ser como un arte, no?

♥ ♥ ♥

Y sí. El segundo día, de hecho, confirmó que la bici de Leo era una obra de arte. Trasladarla el camino propuesto será todo un desafío y da la sensación de que las enmiendas enriquecen la obra, la renuevan, la cargan de historia.
Debajo de un puente, a diez minutos de habernos ido de la casa de Tito, después de pelear con varias lomas de burro, se des-soldó su carro y quedó sin rueda izquierda. Alguno podría haber visto ahí el final de la expedición, pero no. Pensándolo horas después, me sorprende que en ese momento no hallamos estallado en histeria porque se destruyó la obra. Y lo que pasó fue, al final, lo más movilizante del día: volvimos a la casa de botellas y nos vinculamos con Tito de otra forma:
-Traelo, traelo, traelo que lo soldamos. –propuso –Esto se arregla. Ponemelo patas para arriba y se lo reforzamos todo.
La primera visita había sido como la de María Tapia. Hablamos un rato, a veces en tono de entrevista, y vimos sus cosas. La charla fue breve. Nos sorprendió –incluso a Leo, que había estado antes pero no lo recordaba- la presencia de bicicletas en toda la casa, que es la gran obra de Tito.
-Viajé todo lo que pude. El concepto era la bicicleta… Tenía todo un equipo –nos contó cuando llegamos, y nos lo mostró: un pantalón hecho con cámaras de bicicleta, anteojos de madera, una escafandra para la lluvia. Más tarde se definió:
-No soy escultor. Soy obrero del arte. El obrero del arte hace cosas. A mí me gusta pintar, enchastrar, joder… Me gustaría que la gente copie ésto y viva mejor. Pero nadie me da pelota.
Nos habíamos ido sin cruzar mucho más que esas palabras. Mientras nos atendía, por momentos casi como si fuéramos un canal de televisión, Tito iba y venía haciendo sus cosas. Por eso la segunda visita fue distinta. Tito se sacó el personaje y puso sus manos a la obra. Soldó rápido y certero. Como dijo Leo, ahora el carro también es de su autoría. Y al despedirse lanzó:
-Ey, Zambón, la próxima vez que hagas algo así, avisame y organizamos algo más… aerodinámico.

♥ ♥ ♥

La obra mutó. La soldadura cambió levemente la estructura de hierro, y ahora la casita/oficina de madera no calza bien, no llega a la base. “Quedó como tu ex casa”, le dijo alguien a Leo. La imagen era impecable. Seguimos el camino con un carro más alto, abrazado por sogas y sin rendirse, porque el que abandona no tiene premio –como decía un cartel justo en el sitio donde la rueda se separó del carro y podría haber sido el final.
Entonces pedaleamos. Salimos de Quilmes y seguimos pedaleando. En el camino el baño móvil se usó por primera vez en la vía pública y a falta de alternativas. Algunos ya lo sabrán por twitter, porque tuitié mucho, mientras andábamos. Esa tarde, además, los expedicionarios llegamos a funcionar como un enjambre, donde las inteligencias separadas funcionaban como un organismo conformando entre todas las bicis un espacio entero.
Cruzamos Ezpeleta e incursionamos en Berazategui hasta que llegamos al Museo del Golf, donde por segunda vez nos recibieron con aplausos. El lugar, en parte, era tal como lo habíamos prejuzgado. Pero la gente, impensada. Allí estaban esperándonos los alumnos del taller de arte público coordinado por Jacquelina Abraham, que trabajaron en la semana organizándonos una recibida. Nos abrazaron, nos propusieron atravesar un cartel con una frase sobre lo inesperado y nos convidaron bebidas. Habían preparado un fogón y en los árboles había botellas con mensajes. Otra vez estaba Cecilia, a la que conocimos en la UNQ, pero ahora había traído una obra para mostrarnos. Brindamos, conversamos. Más tarde, Micaela y Daniela nos convidaron recetas y consejos familiares. Tuve la sensación de que recibíamos la hospitalidad que necesitábamos después del esfuerzo de la tarde.

♥ ♥ ♥

Lo más positivo del día, además del oficio de Tito y la energía de nuestros anfitriones en Berazategui, fue haber podido tensionar mis prejuicios. Seguiré entonces desplegándolos aquí, tal como propuse desde un principio. Imagino para hoy un viaje corto con nubes en el horizonte y un día relajado. Lo imagino, incluso, demasiado relajado. Habrá visitas pautadas en Berazategui que seguramente tendrán un tono burocrático y no mucho por intercambiar. Espero no aburrirme demasiado y que volvamos al viaje. Hoy nos espera, como destino final, el hogar de Miguel, uno de los expedicionarios. Prefiguro en su casa algunas imágenes barrocas y algunos contrastes fuertes, de lo delicado a la carencia, de los hierros a las plantas, y así.
Allí no habrá –creo- nada preparado como en lo de María o en el Museo del Golf. Nada de aplausos de recibida, sino mucho voluntarismo, el mismo que hizo seguir a la expedición pese a la fragilidad de sus soldaduras.

PD: Hoy salió en España esta nota sobre la Expedición.
PD2: Ale, de Quilmes, nos mandó con cariño esta canción que nos invita a seguir pedaleando:

1 comentario:

  1. Genial, dan ganas de estar ahí...
    Lo que me hace sentido, es como en estos sures del mundo, las cosas "igual resultan" a pesar de la precariedad,
    Y como recuerda el poeta Rodrigo Lira, habrá que preguntarse:
    "La pelchevelanchia: ¿tlae we na foltuna" (como
    dishe el I ching a cada lato)?"
    Saludos

    Ignacio

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