Con la mayoría de ellos no hablamos. O se dieron diálogos que se guardan para reírse en la cena, como el del muchacho que me preguntó, en una de las paradas para meter mano en la bici de Leo:
-¿Qué llevan ahí?
-Cosas… Cosas para el viaje.
-¿Y a dónde van?
-A La Plata.
-¿Van a ver a U2?
Desde siempre, cuando Roger cuenta la idea de la expedición habla de la búsqueda de buenas conversaciones: salimos a la caza de encuentros valiosos, de un par de charlas que nos enriquezcan. ¿Cómo hacerlo? Para usar un término que circuló en este blog, ¿cómo habilitarlas? Planteo ahora el interrogante porque es lo que me moviliza esta segunda jornada, cuando ya le conocemos las mañas a las bicis pesadas y deberíamos pensar menos en las ruedas y los enganches, y más en los encuentros que vinimos a buscar.
Rogelio, una de las personas que conocimos en Sarandí, lo llevó a Leo a conocerla (Dicho sea de paso, me quedé con ganas de charlar más con Rogelio. Con pocas palabras se podía adivinar que detrás de su simpleza de lugareño había una historia de militancia en los setenta, de exilio interno y quién sabe cuánto más). Ninguno de nosotros hubiera visto esa laguna sin él. Después, Rogelio subió a su bicicleta y nos guió hasta Domínico; porque hay que decirlo: es verdad que la logística nos sobrepasa; somos expedicionarios sin mapa; más de una vez fuimos dubitativos en el camino a seguir. A veces preguntamos, a veces probamos suerte y hasta una vez cometimos la aberración de poner el google maps por encima de la palabra del lugareño. Lo cierto es que el fletero que nos llevó de La Plata a Buenos Aires sabía más sobre nuestro camino que todos los expedicionarios.
Como decía antes, aprender a hacer el camino que habíamos propuesto de la forma que nos propusimos, nos ocupó la cabeza todo el primer día. Fue una buena experiencia. Podríamos decir que empezamos a conocernos entre nosotros. El uso de las bicis fue promiscuo: nos pasábamos de unas a otras, nos empujamos unos a otros (El baño no fue utilizado como tal sino hasta la noche, en Bernal, en buena medida porque terminó funcionando de trailer para descargar el peso incalculado de las bicis de Roger y Leo, y de las mochilas de todos).
Por ahora siento que nos queda como deuda conocernos con los otros. Me quedó esa sensación después de pasar por lo de María, la primera parada, con una recibida rara, incómoda quizá, con mujeres del barrio que se dedican al arte (quizá hay, aquí, un prejuicio que todavía no fui capaz de derribar) que nos recibieron como si esperaran algo de nosotros, los artistas expedicionarios. Estuvimos poco tiempo. Bastante para la foto pero escaso para reconocernos. Hablando lenguas que por momentos se notaban distintas –y nadie se lleva gran cosa cuando habla portuñol y apenas un ratito (Un poco más tarde, antes de llegar a la UNQ, pasamos por la casa de Hilda Paz a saludar, y estuvimos en la puerta cinco minutos. Es cierto, estaba fuera de planes, pero fue una de nuestras conversaciones del día, y así fue).
Tenemos, entonces, otras preguntas. Deconstruir los prejuicios es necesario pero no suficiente. ¿Qué tipo de encuentro estamos propiciando? ¿Qué estamos habilitando con la expedición?
Escribo casi de madrugada, en Bernal, donde todo el tiempo se escucha trabajar la fábrica papelera que está enfrente y los autos que pasan por la autopista. La universidad tiene poco que ver con la imagen que había preconcebido, la de un campo con tranquera y alambre, como una suerte de discontinuidad en el continuo del Conurbano (donde una localidad le sigue a otra y a otra y a otra sin separación). Seguirán, espero, las sorpresas. En un rato saldremos rumbo a la casa de Tito Ingenieri y más tarde hacia el Museo del Golf, en Berazategui. Mis preconceptos: imagino en Tito a un artesano, chatarrero, un artista autodidacta y defensor a ultranza del reciclaje, y también de la idea de que todos podemos hacerlo. En el Museo prefiguro una recibida con muy buena onda en un sitio que poco tiene que ver con nosotros. Un lugar hospitalario pero lejano conceptualmente, seguramente lleno de pelotitas y palos de golf, fotos de eventos de golf, y quizás hasta una cancha de golf. Pero esos son mis prejuicios. Voy con los ojos dispuestos a encontrar otra cosa, con la oreja preparada y con la pregunta inquietante acerca de qué estamos habilitando. Ojalá el tiempo ayude.
PD: Sigan la expedición y los "tuitsdetualet" en twitter! @lulitienetw